Desde que la guerra empezó, millones de ucranianos confían sus vidas en los muros de sus casas. Hoy todos conocen la regla de las dos paredes, según la cual, en momentos de amenaza, es necesario protegerse por dos muros: uno que detenga el proyectil y otro que frene las esquirlas. En el hogar del escritor Andréi Kurkov, ese lugar es el corredor de su apartamento, vecino de la catedral de Santa Sofía, en el centro histórico de Kiev.
Para trabajar, le bastan una silla de comedor, una antigua mesa auxiliar con el espacio justo para su computador portátil y el amparo de un retrato del filósofo Gregory Skovoroda, cuyo museo fue destruido por un misil ruso a comienzos de la guerra. Afuera las sirenas aúllan sobre Kiev; adentro, él escribe.
Nacido en 1961, Kurkov ha escrito durante toda la vida. Comenzó a los siete años, cuando le dedicó un poema sobre la soledad a su mascota, un hámster al que se le acababan de morir sus dos hermanos. A mediados de los ochenta, escribió libros infantiles mientras era guardia de prisión en Odesa. Su obra la componen diecinueve novelas, varias atravesadas por el humor negro y el amor hacia los animales. Algunas han sido traducidas al español, como El jardinero de Ochákov (Blackie Books), Muerte con pingüino (Blackie Books) y Abejas grises (Alfaguara).
Pero desde la ocupación rusa, Kurkov dejó a un lado novelas y textos de ficción. Vivir bajo fuego no permite escapar de una nueva realidad, aquella que Kurkov narra en su libro Diario de una invasión (Debate, 2022), un descriptivo testimonio en primera persona de cómo la guerra ha transformado la vida de los ucranianos y, a la par, una lúcida reflexión sobre la identidad que muestra cuán lejana y distinta es la mentalidad de dos pueblos vecinos: Rusia y Ucrania. La guerra, narra Kurkov, es como un tornado: “No es posible prever si arrasará tu casa o únicamente pasará cerca de ella, si derribará algunos árboles del jardín o arrancará el tejado de la casa. Y jamás puedes estar seguro de si seguirás con vida…”.
¿Cómo fue ese último día en casa, cuando tuvo que dejar su residencia en Kiev y escapar de la invasión con rumbo a Leópolis y luego a los Cárpatos?
Yo estaba en un estado de shock. Recuerdo los movimientos pero no los sentimientos. No me llevé nada. Mi esposa, que es muy religiosa, tomó la biblia y mi último libro. Fueron tres días manejando hacia la frontera. Imagine a todo un país tratando de escapar por un mismo camino al mismo tiempo. A todos los carros de Ucrania enfilados en una angosta avenida. Creo que pasé el ochenta por ciento del recorrido en un atasco.